Ventajas de ser pilotos "profesionales".
Cuando viajas con un presupuesto reducido, por no decir "tieso", debes tratar de mejorar tu situación siempre que te sea posible, mas que nada por necesidad. Esto es lo que nos ocurrió en una ciudad de Kazajistán, donde entre una cosa y otra, nos convertimos en pilotos "profesionales" de rally por una noche.
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Extracto del libro "Diario de un Mosquito".
[...] Salimos hacia Quyzylorda. Por aquí hay carretera y de la buenas (los agujeros son de menos de medio metro), aunque de vez en cuando nos sacan de ellas para no perder la costumbre de ir por las pistas.
En el camino nos encontramos con un accidente: se ha salido un camión de la carretera, Pero como aquí hay gente con recursos, se soluciona pronto. Una pala excavadora de una obra agarra el camión y lo arrastra subiéndolo a la carretera de nuevo. ¡Ea!, solucionado.
El paisaje va cambiando, la vegetación va aumentando y es más variada, comenzamos a encontrarnos con algunos árboles y animales pastando junto a la carretera.
Paramos a comer algo en una aldea. Compramos unas empanadillas y unos dulces y nos las comemos a la sombra mientras descansamos y nos quitamos un rato las botas, las chaquetas y algo de ropa. Tratamos de beber todo lo posible para evitar deshidratarnos más de lo que ya estamos [...]
Continuamos el viaje, ahora le toca a Ati ir delante. Al llegar al siguiente pueblo vemos un hombre que está en el campo. Al vernos sale de repente corriendo hacia la carretera con una cosa en la mano de tamaño algo más grande que una manzana. Cuando llega al arcén hace el amago arrojárselo a mi compañero, pero ve que ya ha pasado y está lejos, así que se gira, me mira y me lanza un pedrusco como un castillo... «Aaaagh».
Me agacho como puedo en la moto y esquivo la pedrada. En ese momento me giro, levanto la mano y aun siendo andaluz, le grito en un correcto castellano:
‑¡¡Me caaaago en tu puta maaadree!!
Llegamos a Quyzylorda a media tarde y buscamos un hotel que nos convenza (más bien que seduzca a nuestro bolsillo). Circulamos por la ciudad y todos los coches nos pitan para saludarnos, al parar en los semáforos la gente nos quiere dar la mano, preguntarnos de donde somos, etc. Todos son muy simpáticos pero hay momentos que pensamos que van a tener un accidente. Uno incluso suelta las dos manos del volante y saca el cuerpo por la ventana para saludarnos mientras conduce (esto es de locos).
Tras varios intentos, encontramos un hotelito muy apañado. Tiene una terraza con restaurante, jardines llenos de árboles y palmeras de plástico cargadas de luces, unas fuentes y un mini estanque artificial adornado con unos flamencos y cisnes de plástico. En los jardines podemos ver unas mini-jaimas donde hay unas mesas con cortinas para dar intimidad a los comensales (lo que se dice un sitio elegante, elegante...).
Hablamos con uno de los chicos que trabajan allí, que chapurrea algo de inglés. Nos consigue una pequeña habitación por poco menos de trece euros al cambio y nos busca un aparcamiento para las motos: el contenedor de una obra cercana donde guardan las herramientas. Mientras mi compañero está metiendo su moto en el contenedor, charlo un poco con el muchacho. Me pregunta si somos turistas y por qué tenemos tantas pegatinas en las motos. A estas alturas del viaje ya hemos aprendido que si dices que eres turista tratan de aprovecharse en algunos casos, así que le explico que no, no somos turistas, que venimos desde España participando en un rally, etc.
El chaval se queda flipado, llama corriendo a todos los compañeros y en un momento estamos rodeados de todo el personal del hotel, dándonos la mano, mirando las motos y queriendo sacarse fotos con los móviles con nosotros.
‑¿Tú que cojones le has dicho a esta gente? –me pregunta Ati al ver el show.
‑Yoooo... Nada. Que somos participantes de un Rally como el Dakar pero menos famoso, que nos hemos perdido en la ruta y tenemos que encontrar nuestro vehículo de asistencia, por lo que no tenemos casi nada de dinero, ni comida, ni ná de ná.
A lo que el madrileño aguanta la risa como puede.
Pasamos al interior a ver dónde nos toca hoy dormir. Al final nos ha salido bien la jugada, nos han cambiado a una suite por el mismo precio.
‑Es lo que tiene ser un piloto de rally –le digo a Ati‑... Jajaja.
La habitación está bastante bien aunque tenemos que compartir la gran cama de matrimonio. Soltamos las cosas, nos pegamos una ducha y pasamos por ella todo el equipo para que recupere su color original: alforjas, ropa, mochilas, botas (por fin mis botas vuelven a ser negras).
Ya aseados salimos a cenar a la terraza. Hace una noche muy agradable y apetece tomarse unas cervecitas con la fresquita. Hay varios tipos de mesas a elegir: por un lado tenemos las mini-jaimas privadas con cortina y por otro lado unas mesas sobre una especie de balancín donde mientras comes puedes mecerte. Nosotros, como ni queremos «escondernos» ni queremos balancearnos, (preferimos descansar el cuerpo de tantos movimientos con la moto) nos decantamos por una mesa normal.
El chavalillo que chapurrea inglés nos trae la carta para ver qué queremos cenar. Comprobamos que aunque la carta es muy surtida no entendemos ni papa de lo que pone porque está en kazajo, excepto dos o tres líneas donde pone hamburguesas. Llamamos al chaval y le indicamos que nos ponga algún plato típico que a él le guste: no queremos comidas occidentales, es una norma que cumplimos durante todo el viaje, sólo comidas locales […]
Al terminar de cenar los camareros nos llaman para que les firmemos un autógrafo y nos hagamos una foto con ellos. De nuevo aguantamos la risa como podemos y nos sacamos algunas fotos con el personal del local, primero con todas las camareras y después con todos los camareros. Uno de ellos nos hizo una foto, nos la imprime en el ordenador del hotel y le añaden un membrete que pone en inglés: “Recuerdo de Quyzylorda”. La firman y nos la dedican deseándonos un buen viaje. Nosotros a cambio les regalamos unos pins, unos mecheros con el logo de ambos equipos y algunas cosillas más que teníamos en las mochilas.
Nos tomamos la última cerveza y a dormir, que mañana a las siete de la mañana queremos estar ya en la carretera. […]
Amanece un nuevo día. Nos levantamos a las seis y al salir despertamos al muchacho del hotel, que duerme en el sofá de la recepción y a un par de camareros que hacen lo mismo en un colchón en medio del pasillo que va a las cocinas. Más que nada porque teníamos que pasar por encima de ellos con las cosas.
Con los ojos pegados, uno de ellos nos abre el contenedor donde tenemos las motos y, mientras estamos colocando las alforjas, nos regalan para desayunar un par de cartones de zumo fresquitos, que nos bebemos mientras terminamos nuestra operación diaria (encima que le pegamos el madrugón, nos invitan a desayunar).
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_________________________________________________________ Extracto del libro "Diario de un Mosquito".